El laico no es sólo un "no clérigo" o el "no religioso". El laico es el hombre de Iglesia, ordinariamente llamado a formar una familia, llamado a ordenar las cosas del mundo según Dios. Se trata de un hombre de la Iglesia en el corazón del mundo y, a la vez, un hombre del mundo en el corazón de la Iglesia. La espiritualidad laical tiene mucho aún por ser explorada. Tenemos al alcance de la mano, mucho más fácilmente, la espiritualidad del sacerdote y, más ricamente aún, la espiritualidad de la vida religiosa. Sobre la espiritualidad laical van en estas líneas alguna breves e iniciales intuiciones. Dice Nicolás Lafferriere que la espiritualidad laical tiene una primera "etapa": la del hijo pródigo", la del hombre que vuelve a acercarse a Dios luego de haber descubierto su amor y haber abandonado la oscuridad o la tibieza. Pero, luego de este "regreso", hay un momento ulterior: el de desarrollar una vida espiritual que sostenga la propia identidad en el acontecer cotidiano y, también la misión que implica ese caminar la vida todos los días. Esta espiritualidad que exploramos presenta inicialmente dos polarizaciones que tensan. Una polarización es la que existe entre vida espiritual y acción. La clave aquí pareciera ser lograr jalonar cada día con una oración, o mejor dicho varias, que aunque breves sí tiñan la cotidianidad, todos y cada uno de los momentos de nuestras jornadas. Poner a la mañana el día en las manos del Señor, presentar también al Señor, por la noche, lo que se ha hecho y, durante el transcurso del día buscar un breve encuentro con la Virgen y otro con el Padre. Pueden ser oraciones espontáneas, padrenuestros, avemarías, rosarios, Eucaristía. Lo importante es hacer presente la realidad de la dimensión divina de nuestra vida. Otra polarización la vinculación entre identidad y diálogo. Una sociedad multicultural requiere del diálogo para la paz. La concordia social se basa, más allá de las creencias, en un diálogo que reconozca la ley natural que es común a todos. A ese diálogo debemos concurrir con la clara identidad que nos define. No es cuestión de diluir esa identidad. Lo común se edifica cuando cada uno aporta de la riqueza de lo propio. La nueva evangelización es anunciar a Cristo respetando las culturas y purificándolas. La espiritualidad laical también nos parece que presenta dos peligros. Un primer peligro es reducir la espiritualidad laical a momentos aislados de compromiso con hechos que, aún virtuosos, quedan como islotes sin vinculación con la totalidad de la vida. El hombre así se divide: bajo su mismo rostro queda por un lado el religioso y por otro el mundano. Un segundo peligro es el laicismo, el que consiste en desvincular la vida laical de la dimensión sagrada que ella tiene. Un auténtico laico no será laicista. Finalmente creo que todos tenemos que ahondar la voluntad de Dios, discernirla, para ver esa santificación en lo cotidiano en medio del mundo, en qué consiste. Es cuestión de seguir explorando ante la presencia de Dios.
Guillermo Cartasso |
www.cienciayfe.com.ar actualización: 3 de junio de 2009 | |