Miserere (salmo 51)
Este psalmo, recibe su nombre: "Miserere", como tantos otros documentos eclesiásticos,
por su primera(s) palabra(s) en latín, y es la súplica penitencial por excelencia. (Podríamos
considerarlo como la antítesis del "Te Deum")
¡Ten piedad de mí, Señor, por tu bondad,
por tu gran compasión, borra mis faltas!
¡Lávame totalmente de mi culpa
y purifícame de mi pecado!
Porque yo reconozco mis faltas
y mi pecado está siempre ante mí.
Contra ti, contra ti solo pequé
e hice lo que es malo a tus ojos.
Por eso será justa tu sentencia
y tu juicio será irreprochable;
yo soy culpable desde que nací;
pecador me concibió mi madre.
Tú amas la sinceridad del corazón
y me enseñas la sabiduría en mi interior.
Purifícame con el hisopo y quedaré limpio;
lávame y quedaré más blanco que la nieve.
Anúnciame el gozo y la alegría:
que se alegren los huesos quebrantados.
Aparta tu vista de los pecados
y borra todas mis culpas.
Crea en mí, Dios mío, un corazón puro,
y renueva la firmeza de mi espíritu.
No me arrojes lejos de tu presencia
ni retires de mí tu santo espíritu.
Devuélveme la alegría de tu salvación,
que tu espíritu generoso me sostenga:
yo enseñaré tu camino a los impíos
y los pecadores volverán a ti.
¡Líbrame de la muerte, Dios, salvador mío
y mi lengua anunciará tu justicia!
Abre mis labios, Señor,
y mi boca proclamará tu alabanza.
Los sacrificios no te satisfacen
si ofrezco un holocausto no lo aceptas:
mi sacrificio es un espíritu contrito
tú no desprecias el corazón
contrito y humillado.
Trata bien a Sión, Señor, por tu bondad
reconstruye los muros de Jerusalén.
Entonces aceptarás los sacrificios rituales
-las oblaciones y los holocaustos-
y se ofrecerán novillos en tu altar.
Gloria al Padre, Gloria al Hijo,
Gloria al Espíritu Santo.
Como era en un principio
ahora y siempre
por los siglos de los siglos. Amén.
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